Hace poco se suscitó un pequeño debate en el grupo de Facebook Apoyamos la Ruta Europea de los Cementerios sobre el buen humor en los camposantos. Todo fue a cuenta de la escultura de un Cristo que se elevaba a los cielos en una contorsión torácica que hacía parecer que estaba bailando más que resucitando. A mí me gustó. Tampoco era para tocar palmas, pero ¿no están cansados de ver figuras dolientes de Cristos y vírgenes? Yo sí, y quizá por eso no son las que más llaman mi atención cuando paseo por un cementerio.
Me gustaría hablarles hoy del hombre -más exactamente de su sepultura- que hizo que mi última visita a París tuviera algo de sentido. Si existe una escultura funeraria que provoque más de una risilla picarona, esa es la de Víctor Noir en el cementerio parisino de Père Lachaise.
Me gustaría hablarles hoy del hombre -más exactamente de su sepultura- que hizo que mi última visita a París tuviera algo de sentido. Si existe una escultura funeraria que provoque más de una risilla picarona, esa es la de Víctor Noir en el cementerio parisino de Père Lachaise.